23/7/13

Sábado, 20 de julio de 2013: sonda nasogástrica fuera!

Después de tres días y medio sin beber (contando las 12 del día previo a la operación) a las 7 de la mañana me despertó un auxiliar con el prometido azul de metileno: un vasito con un líquido azul, claro, y con pajita también azul. Lo primero que bebía después de tantas horas y era amargooooo! Pero me lo bebí todo seguido para no pensar ni degustarlo.

La prueba consistía en que tenía que expulsar ese líquido a través de la orina, sin que nada se filtrara por el drenaje (como veis, no me evitaron ninguna de las incomodidades, pero, como también he dicho antes, me parece que esto ayudó muchísimo a que ahora esté recuperadísima).

Como al poco la orina se empezó a teñir de azul, bueno, por la combinación de colores, era más bien verde... a media mañana llegó lo esperado: me quitaron la sonda nasogástrica. La verdad es que era molesta porque tener un cable colgando de la nariz, molestaba (y por lo que comportaba de tapar media nariz y de no poder beber), pero temía la hora de quitármela por el daño que me pudiera ocasionar. Pero qué va, me la sacaron y tuve la sensación de que el tubo era todo exterior. No noté en ningún momento el tubito llegando al estómago ni, a la hora de sacarlo, como pasaba por las vías. ¡Qué suerte tuve y yo sin apreciarlo!

A partir de ese momento me empezaron a traer botellines de agua. Y con las ganas que le tenía y me cayó fatal!! Era como si me tragara plomo. Cada sorbo, un plomo. Claro que era agua a temperatura ambiente...

Pero al menos recuperé la voz, la irritación de garganta bajó algo y subió mi estado de ánimo. Pero no todo podía ser bueno: mi amiga migraña quiso apuntarse a la fiesta, así que estuve desde media mañana hasta las primeras horas de la tarde echada. Me dieron Nolotil y al cabo de unas horas hizo efecto así que "dí vacaciones" a Gabriel para que esa noche durmiera en casa y pudiera descansar, que pobrecito, estaba agotado. Me ví capaz de dormir sola ya que podía moverme por mi misma, solamente tenía que empujar el palo de los sueros y medicamentos.

No os he comentado aún el tema de la faja ortopédica: ¡mano de santo! Desde esa mañana, me ciñeron la faja y la verdad que fuí comodísima con ella. Me pude levantar y ya, sin la sonda y sin migraña, me ví dos capítulos de Juego de tronos y leí cerca de 100 páginas del libro que me había llevado y que, aún, no había tocado. El tema serie, lo había empezado el viernes, pero solamente aguanté diez minutos: mirar entre tubos es bastante incómodo...

Digo lo de mano de santo porque para dormir tenía que llevarla más holgada, pero como me rozaba con el velcro (al no estar tan sujeta) me la quité. Y noté el cambio las veces que me levanté para ir al lavabo: con la faja, el abdomen está más recogido y sujeto, en cambio sin ella, me tiraban las heriditas (o esa era la sensación), como si todo me pesara más.

La lectura del libro tuvo sus consecuencias, porque estaba tan concentrada leyendo que no me dí cuenta que tenía la mesita auxiliar (dónde tenía el libro) muy alta y, como tenía el brazo izquierdo encima, estuve forzando toda la tarde la clavícula izquierda (tengo una contractura crónica ahí, por un accidente de coche que tuve a los 19 años). Total, que a partir de entonces el único dolor que existió fue el de la contractura. Casi no pegué ojo. Nunca me había dolido tanto, uff! Y ¡qué tonta de no darme cuenta! En fin, gajes del oficio de enferma...


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