23/7/13

Domingo, 21 de julio de 2013: En la gloria...

Pues sí. En mis cábalas yo pensaba que el sábado ya tendría el alta y para casa pero ahora entiendo que, tal y como estaba, no podía salir para nada.

El domingo a las 7 me llevaron una gran noticia en forma de zumo de melocotón: pero ¡qué bueno! Y que bién me sentó!! Me llevaron también una jeringuilla de alimentación para que midiera la cantidad: 80 ml de zumo (me lo hubiera bebido todo!!). Lo malo es que no entendí las instrucciones de cómo tomarlo. Me dijeron "80 ml ahora y 80 más a las 11." Pero yo, no sé cómo, entendí que los 80 ml me tenían que durar hasta las 11, e iba haciendo sorbitos diminutos para que me durara. Total que a las 11 me llevaron otro zumo y se extrañaron que aún estuviera con el primero. Pues claro (¡y lo que me había costado a mi hacerlo durar tanto con lo rico que estaba y lo bien que lo toleraba!).

En este segundo intento lo comprendí a la perfección: tomas de 80 ml cada 4 horas (¡menos que un bebé de seis meses como mi sobrinilla!).

Al cabo de un rato volvía a tener dolor de cabeza, entonces la enfermera, muy eficiente ella, me preguntó que marca de parches para la tensión me ponía en casa y le dije que solamente tomaba las pastillas así que, sin pensárselo, me lo quitó: me dijo que uno de los efectos secundarios de esa marca en concreto era provocar migrañas y dolor de cabeza a la gente propensa como yo. Y al poco de quitarme el parche, mejoré notablemente.

Como ya tomaba zumos, me quitaron la vía de los sueros. Ya podía ir libremente a cualquier sitio porque no llevaba cables colgando, solamente me dejaron la vía para poner los analgésicos.

En la toma de las 3 me llevaron caldo (como pensaba que sería aquello de color blanco y nauseabundo, al menos para mi --con la comida soy bastante maniática, lo reconozco--, que suelen dar en los hospitales, le pedí a Gabriel que me llevara un termo con caldo que había preparado días antes de la intervención. Mi sorpresa fue que el caldo del hospital era amarillento (díria que hecho solamente con apio y agua) y con un sobrecito de sal. Lo probé y aunque no hubiera ganado un concurso gourmet, no estaba del todo mal, así que me lo tomé.

A esa toma añadieron unos polvos que eran proteínas. Malto, ponía el papel, que se tenían que diluir en agua o en el caldo o zumo. Lo probé con el agua y como estaba dulzón, me lo tomé, a pesar del agua...

Al mediodía había pasado la Dra. Blasco, la que había conocido en la antesala del quirófano sin saber que era una de las cirujanas. Me explicó que me darían el alta al día siguiente y que todo iba según lo previsto y mandó que me quitaran también la vía de los analgésicos, a partir de ese momento, los analgésicos serían orales.

Estas noticias junto a las visitas que tuve esa tarde me pusieron de un humor excelente. Ya no tocaba el timbre para pedir nada sino que iba directamente a recepción y las enfermeras me comentaban el cambio de humor que había experimentado. ¡Claro, aquello sí que era vida!

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